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El proyecto “Conecta con la Tierra” vuelve a obsequiarnos hoy una nueva aventura. En esta ocasión vamos a poder disfrutar del bellísimo Parque Nacional de Ordesa en nuestro Pirineo aragonés. Hemos salido de Zaragoza bastante temprano con el propósito de aprovechar al máximo el tiempo de estancia en el valle. A mitad de camino aproximadamente, pasado Huesca hay una parada casi obligada, a pocos metros del arcén se divisa una casa rural aislada en el paraje, donde se ubica una panadería; al salir del coche ya se puede percibir el agradable olor a pan recién hecho. Una vez dentro del local, el calor que proporciona el horno, la buena pinta de los productos expuestos y recién horneados y el delicioso aroma que desprenden, hace que el ratito de espera sea muy agradable.

 

Tras esta “dulce” parada continuamos el viaje hasta llegar a Torla, último pueblo en pasar antes de nuestro destino: la pradera donde se sitúa el aparcamiento para los coches y origen de algunos de los itinerarios para visitar el Parque. La ruta elegida es la que conduce a la Cola de Caballo, una cascada preciosa y de gran caída, situada a unas cuatro horas de camino desde abajo. La idea era ir ascendiendo hasta pasar la zona de bosque donde el paisaje se abre y la perspectiva del valle se amplía, pudiendo divisar parte del gran valle flanqueado por las imponentes y bellas montañas. Antes de comenzar a ascender las vistas desde la pradera eran espectaculares. La falda de las montañas que la circundan está cubierta por un denso bosque de árboles de distintas variedades, predominando la haya, el abeto y el pino negro, cuyas hojas debido a la magia otoñal han ido adquiriendo colores ocres y terrosos en distintas tonalidades. Esta amalgama de colores otoñales confiere gran belleza a los bosques que cubren cual tapiz natural la parte inferior de las elevaciones rocosas. En la parte media-alta, donde comienza a desaparecer la masa arbórea, se pueden observar claramente los estratos geológicos donde se puede leer la historia viva y natural del Parque. Así nos lo hizo saber un aficionado a la montaña, a través de sus interesantes explicaciones acerca de la formación y evolución del valle y sus montañas. Así por ejemplo, podemos saber que hace millones de años fue fondo marino.
Comenzamos a ascender por una senda ancha que discurre atravesando el bosque y en ocasiones transcurre paralela al curso del río Arazas, que va formando en su descenso impresionantes cascadas que se pueden disfrutar viéndolas en distintos miradores que se suceden en el camino. El sonido relajante del romper del agua en sus saltos,  los destellos de la luz del sol en las piedras pulidas de las cascadas hacen de estos accidentes en el curso del río, un escenario natural de gran belleza, reflejo de la armonía y vitalidad de la naturaleza. Quizás, sea este el motivo por el cual nos encontramos tan bien cuando estamos en contacto con entornos naturales  tan hermosos, quedamos impregnados de esa armonía y fuerza vital que nos proporciona momentos de disfrute estético y serenidad interior…
Al regresar, el sol ya oculto tras las paredes rocosas, proyectaba su luz anaranjada sobre la montaña, dibujando alguna forma singular, un escenario perfecto para no olvidar…

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